5 de enero de 2015

The Servant en Mérida

UNA DE LAS PELÍCULAS que más me impresionó en aquellos años en que gracias a las salas de arte y ensayo pudo empezar a verse en España cine del que hasta entonces había sido censurado, fue la demoledora The Servant. La dirigió en 1963 Joseph Losey, corriendo su argumento a cargo del en esos días joven airado dramaturgo y posteriormente premio Nobel de Literatura,  Harold Pinter: Tony, un distinguido miembro de la clase alta londinense, contrata como mayordomo a Hugo Barret, que parece reunir las condiciones idóneas para su trabajo. Durante algún tiempo ambos, patrón y empleado, mantienen sus respectivos roles, pero las tornas van cambiando sutilmente hasta que, al final, quien se hace con las riendas de la casa y termina humillando a quien fuera su señor es el diabólico subalterno, interpretado por un magistral Dirk Bogarde.

Como es sabido, quien verdaderamente manda hoy en la Junta de Extremadura (pomposamente llamada Gobierno  de Extremadura por quienes ahora se sientan en sus sillones) no es su presidente, José Antonio Monago, sino Iván Redondo, un asesor contratado inicialmente por Monago para dirigir su campaña electoral y que en la actualidad es quien maneja diestramente –perdón por el fácil juego de palabras–, bajo la etiqueta de director de gabinete, los hilos de la marioneta en que se ha convertido el "pertinaz viajero", ordenándole qué tiene que decir, cómo y cuándo. Todo está en el guión, y algún retorcido hay que piensa que incluso lo de los viajes a Canarias a cargo del erario salió de ese mismo libreto.

Clic para agrandar
Fuera como fuese, el caso es que, ayer, El periódico Extremadura, Boletín Oficial del Partido Popular en la región, publicó la nota adjunta (Hay que 'pinchar' sobre la imagen para poderla leer). A mí me pareció enormemente significativa, pues en ella se pone claramente de manifiesto la naturaleza de los ideales que mueven a algunos a dedicarse a la política. Este parece ser el caso de Redondo, que ordena a una de las plumas a su servicio que vaya sembrando dudas sobre la desnudez en que quedaría su actual contratante —si esto no es un chantaje, que venga Dios y lo vea— si no se plegara a sus ambiciones. El mayordomo, como el de la película de Losey, terminará muy probablemente no solo convirtiéndose, pues ya lo es, en el jefe de la casa monaguesca (no confundir con monegasca, por favor), sino riéndose para sus adentros aún más de un desquiciado exconcejal de Badajoz que, yendo tan sobrado de engreimiento como escaso de lo que suele hallarse bajo el cráneo, pagará lo que sea menester para que el espejito de Blanca Nieves siga cantándole dulces milongas cada mañana.