25 de enero de 2015

Podemos y yo

NO HAY DÍA en que el fenómeno Podemos no suscite en cualquier español medianamente interesado por la política un sinnúmero de reflexiones. Las siguientes no pretenden ser originales ni, mucho menos, constituir un sesudo artículo digno de ser archivado; son, sencillamente, algunas consideraciones elementales que alguien, observador de lo que sucede a su alrededor, pretende trasladar a sus amigos

La primera de ellas es que digan lo que digan los líderes de Podemos, probablemente de manera cada vez más atenuada, su organización está situada a la izquierda del espectro político. No van a lograr un solo apoyo más por pretender situarse en una especie de limbo político. Quizás sea eso precisamente lo que explique la inquina con que algunos medios afines al PSOE, o incluso ciertos dirigentes del PSOE, están cargando las tintas contra esta joven organización. No importa que muchas de las propuestas de Podemos pudieran compararse con las que hizo el PSOE en los primeros años de la transición; se trata de que hay una larga lista de convocatorias electorales a la vista y todos y cada uno de los votos progresistas  –el término parecerá vago a algunos, lo sé— van a ser disputados con uñas y dientes. En cualquier caso, me apena ver cómo algunos socialistas a los que incluso tengo aprecio personal utilizan los argumentos de la derecha más reaccionaria, intentando desacreditar a los líderes de Podemos. Lo último están siendo las críticas desatadas entre la dirección del PSOE por un hecho tan normal como que Pablo Iglesias se haya reunido con Zapatero y Bono (que fue defensor de su padre ante el TOP). ¿Temen que el joven profesor pueda trasmitir a los ahora caídos en desgracia alguna enfermedad tropical? ¿Que les haga recordar sus orígenes? ¿Que los enfrente a sus contradicciones?



Otra cosa es la actitud de la derecha más rancia, la derecha de Esperanza Aguirre, de Floriano, de Rajoy... Que este último, por ejemplo, reproche a Iglesias que si ha podido estudiar ha sido gracias a las oportunidades que le ha dado el sistema al que ahora critica, es utilizar exactamente el mismo argumento que utilizaban los más fervientes franquistas cuando los estudiantes se enfrentaban a la dictadura: “¡Encima de que son unos niños mimados!” De aquí a nada veremos al más tristón de los  tristes registradores de la propiedad —que ya es decir— acusando a los de Podemos de ser la anti España. Por no hablar de la señora duquesa (o marquesa, me pierdo), esa que consiguió la presidencia de la comunidad de Madrid gracias a la compra de algunos diputados del PSOE y bajo cuyo mandato florecieron tramas de corrupción en las que varios de sus más destacados consejeros estuvieron implicados. Sí, esa misma, acusando poco menos que de ladrones a Monedero y compañía. Sin olvidar su empeño en sacar a pasear a ETA cada vez que lo considera útil a sus intereses, aunque sea a costa de renovar día tras día el dolor de las víctimas.

¿Mantendría yo que los integrantes de Podemos sean seres angelicales, libres de toda mancha, concebidos sin pecado original? ¿Que carezcan de contradicciones? ¿Que sean transparentes cual agua cristalina? Tengo años más que suficientes para negar tal posibilidad. Incluso dudo de que sean sus papeletas las que utilice en las próximas elecciones. Lo que afirmo es que cada vez que compruebo la forma en que tirios y troyanos atacan burdamente a quienes están aportando una renovada ilusión de cambio en la sociedad española, cada vez que un periodista violador reincidente de su código deontológico repite la misma monserga intentando restar un miligramo de credibilidad a quienes se atreven a llamar al pan pan y al vino, vino, más me considero moralmente obligado a decir “hasta aquí hemos llegado” y, definitivamente, vestirme de morado. Sin coleta, claro, por razones obvias.