24 de marzo de 2012

¿Una Thatcher española?

POR UNA de esas coincidencias que se producen de vez en cuando, a las que no hay que buscar razones esotéricas, había hecho una pausa en La dama de hierro, la reciente película sobre Margaret Thatcher, antigua primera ministra británica, cuando un vistazo a la prensa digital me permitió enterarme de la última hora de dos destacadas políticas españolas: Esperanza Aguirre y Ana Botella. Ambas habían dedicado buena parte de su jornada, hace un par de días, a visitar un supermercado recién inaugurado en el madrileño barrio de Salamanca. Las fotos las mostraban, a cada una por separado y a distintas horas, luchando por meter unas peras o algo parecido en unas bolsas de plástico. Una auténtica hazaña para ellas, supongo, a las que imagino poco habituadas a lidiar con semejantes cometidos. ¿Habrán tenido, acaso, que prescindir del servicio? Ya se sabe que la crisis, la maldita crisis heredada de Zapatero, no repara en clases.


Al volver a la película, excesivamente puesta al servicio de Meryl Streep, magnífica actriz pero acaso algo proclive a vampirizar cuanto personaje interpreta, me dio por pensar si alguna de estas dos señoras del PP podría, en su día, desempeñar aquí un papel semejante al jugado en el Reino Unido de los ochenta por la autoritaria Thatcher. Me respondí que no. Por una parte, porque algunas de las circunstancias históricas que encumbraron a la británica son difícilmente repetibles en estas latitudes. Guerras como la de las Malvinas, afortunadamente, son inimaginables en las Chafarinas, por mucho Trillo que medie. Pero, además, no veo yo a ninguna de las madrileñas clientes por un día de Mercadona con el pedigrí de la dama de peinado rocoso y sonrisa hierática, amiga de Pinochet. Mientras que esta fue una mujer hecha a sí misma, de origen modesto, única con faldas en un equipo de hombres, a las madrileñas las veo más en la línea de las niñas pijas educadas en colegios de postín y pendientes de las palabras del padre (espiritual) o el marido.


Otra cosa sería si habláramos de la vicepresidenta del Gobierno, la fulgurante Soraya Sáenz de Santamaría. Casada civilmente, pregonera de la Semana Santa de Valladolid, para cabreo de tridentinos, y piquito de oro, bien haría Rajoy en vigilarla de cerca. Para quien es capaz de dar un corte de mangas a los obispos y seguir con vida no deben existir metas inalcanzables.

Publicado en El Periódico Extremadura