8 de octubre de 2011

¡Americanos, os recibimos con alegría!

UN GOBERNANTE repleto de buenas intenciones podría comprometerse, qué sé yo, a que la Tierra dejara de girar sobre su eje. Podría dedicar a ese fin esfuerzos sin tino y mil noches en vela. No lo lograría, claro, pero lo único que podría echársele en cara sería su ingenuidad. Contra las leyes de la Física poco puede hacerse.

Zapatero no se comprometió a que la Tierra dejara de girar, pero a menudo ignoró que los fenómenos económicos no suelen plegarse a los deseos de nadie. Y que las leyes que los regulan están lejos de ser universalmente eficaces, hasta el punto de que medidas consideradas convenientes a un lado del océano en la otra orilla parecen el peor de los remedios. ¿A qué atenerse? ¿Ser díscolo y obrar a su aire? ¿Desoír las peticiones –algunos las llaman mandatos– de países como Francia o Alemania?

Para muchos españoles, las mayores críticas a las que se ha hecho acreedor el presidente del Gobierno no son, pues, las relativas a su gestión de la crisis. Las penurias asolan numerosas naciones y gobiernos de distinto signo están pagando en las urnas las consecuencias. Incluso el Partido Popular, aquí en España, parece haberse enterado de ello y desde hace semanas viene advirtiendo de que no tiene una varita mágica para salir de ésta. La letanía de que la solución a nuestros males llegaría tan pronto se instalase Rajoy en la Moncloa ha pasado a mejor vida.


Lo que a muchos nos duele es que en terrenos en los que sí tenía mayor libertad de movimientos, Zapatero haya dilapidado el amplio respaldo popular del que gozó. ¿En qué aguas naufragaron la no participación en guerras ajenas, la ampliación de derechos civiles, la separación entre Iglesia y Estado?

Se va el presidente y deja sin cumplir promesas que podría haber hecho realidad de haberlo querido. La ley de libertad religiosa duerme el sueño de los justos; la de muerte digna pasó a mejor vida… Y, en las últimas semanas, lo que faltaba: Participación española en los bombardeos de la OTAN en Libia y revitalización de la base americana de Rota. En este último caso, la invención de enemigos imaginarios para justificar semejante proceder es tan ridícula como la promesa del maná de dólares que gastarán los yanquis cuando lleguen a la colonia. Berlanga estará montando un remake en el otro mundo mientras Rubalcaba, generoso, se dispone al sacrificio.

Publicado en El Periódico Extremadura