2 de septiembre de 2011

Un referéndum prescindible

UNA DE LAS MAYORES hazañas, por así decir, de Felipe González durante el largo período en que presidió el Gobierno fue quebrar la opinión pública, hasta entonces contraria a la pertenencia de España a la OTAN, para que en el referéndum celebrado en marzo de 1986 prevaleciera la postura favorable a la integración de nuestro país en esa organización militar. El PP, entonces Alianza Popular, propugnó por razones tácticas la abstención, los partidos nacionalistas se movieron en una estudiada ambigüedad y las organizaciones situadas a la izquierda del PSOE echaron el resto, sin éxito, para que venciera el no. El papel de la televisión pública (la única entonces existente) actuando sin complejos a favor del fue determinante.

Menciono lo anterior como precedente, para el improbable caso de que prosperara la idea defendida por algunos partidos y movimientos sociales de que la modificación de la Constitución recién acordada por el PP y el PSOE sea sometida a referéndum. Una consulta prescindible, a mi juicio. Y no porque la gente no merezca ser escuchada, ni porque el asunto sea insignificante. Prescindible porque si los dos grandes partidos, que reúnen a la inmensa mayoría de los electores, han acordado algo, por alevosamente que haya sido, es difícilmente imaginable que con la campaña que llevarían a cabo no lograran que su decisión fuera respaldada abrumadoramente en un plebiscito. Mejor ahorrarnos el espectáculo.


Me temo que quienes frecuentamos Internet y procuramos informarnos por canales independientes tendemos a confundir los deseos con la realidad, pensando que lo que se cuece en un rincón de la Red es fiel reflejo de lo que se cuece en la sociedad; que el nivel de politización de foros y redes sociales es generalizable a toda la población. Y no es así. No quiero ser pesimista, pero no hay más que analizar los paneles de audiencias de las distintas cadenas de televisión o ver qué noticias son las más leídas cada día en los periódicos de mayor difusión, para constatar lo poquito que tendrían que hacer los opuestos a la modificación constitucional ante una campaña en sentido contrario encabezada por los dos grandes partidos, con toda la artillería publicitaria a su servicio. Pensar lo contrario, siento decirlo, es tan respetable como propio de una ingenuidad casi angelical.