16 de abril de 2011

El escudo es lo de menos

PROBABLEMENTE haya sido fruto de la casualidad, pero tiene una triste gracia que justamente en el día en que se conmemoraba la proclamación, hace ochenta años, de la Segunda República Española, apareciera como noticia destacada en la prensa regional el coste que ha supuesto la retirada en Cáceres, cumpliendo la legalidad vigente, de un escudo franquista que aún permanecía en unas dependencias públicas. Y no en unas dependencias públicas cualesquiera: en las del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura. Conscientes quienes dicen escandalizarse por el coste de la operación de la endeblez de sus argumentos en favor del símbolo de un régimen impuesto por las armas, ¿protestarán también por los más de cuarenta mil euros con los que el Ayuntamiento de Cáceres va a sufragar a ciertas entidades de carácter privado para que organicen sus festejos durante la próxima semana?


No se trata del coste de desmontar un emblema anacrónico, por supuesto. Se trata de que estamos viviendo la mayor involución política desde hace décadas, patente adonde quiera que miremos. Ciertos medios, perdido todo recato, tergiversan cualquier información con tal de adaptarla a sus intereses. Descuiden que les asome el rubor si hay que afirmar, por ejemplo, que la reciente excarcelación de alguien que ha pasado 31 años en prisión constituye una evidencia de la negociación entre el Gobierno y ETA. Y si para difamar hay que aprovechar el cumplimento de una ley aprobada en el parlamento, como la de la Memoria Histórica, se aprovecha. Sin vergüenza.

Porque, volviendo al asunto del escudo, tampoco se trata de preservar una pieza de un valor artístico inconmensurable. Se trata de hacer pasar por inocuos los símbolos de un sistema político totalitario al que algunos añoran. Se trata de que, por mucho que sus carteles electorales muestren en estos días rostros juveniles, aún abundan en cierto partido (y en sus proximidades) quienes miran cada noche al Pardo en busca de la famosa lucecita. Sí, aquella con cuya mención se emocionaba Arias Navarro, el último presidente del Gobierno no democrático. Si algún lector –feliz él– no sabe a qué me refiero que busque en Internet el vídeo. O que escriba pidiéndolo a la calle Génova. Se lo mandarán gustosos.