12 de noviembre de 2010

Un crucifijo no hace daño, pero...

HAY UN ASPECTO en el asunto de los símbolos religiosos en dependencias públicas sobre el que apenas se está tratando, cuando, a mi juicio, convendría hacerlo en aras de una buena convivencia ciudadana. Porque mal estaría que hubiera enfrentamientos, por dialéctica que fuera su naturaleza, a causa de posturas inconciliables, pero peor sería que esa disputas se produjeran por falta de información entre las partes.

A mí, desde luego, un crucifijo no me hace daño. Como tampoco me lo hace un retrato de Mahoma o de cualquier otro dios o profeta. Y no solo no me hace daño, sino que acepto sin reserva alguna que, con él por bandera, haya mucha gente que se esfuerza en pro del bien común. Pero quienes, de forma tan escandalosa como algunos padres del colegio de Almendralejo, no aceptan que la aconfesionalidad del Estado conduce a que no haya cruces y vírgenes en aulas u otras dependencias públicas, debieran escuchar las razones de quienes defienden que se cumpla la ley.

Porque –lo repetiré de nuevo– no se trata de que un símbolo religioso me moleste a mí, por ejemplo. Lo que me molesta es que al hallarse encima de una pizarra pueda pensarse que allí, en el aula, los principios que rigen no son los de la sociedad civil, sino los de la Iglesia Católica, muy dignos de acatamiento por sus fieles, pero rechazables cuando se quieren imponer a todo el mundo. Rechazables por cómo afectan a asuntos como el divorcio, los anticonceptivos, el aborto, el papel de la mujer... Lo que me molesta cuando en un centro sanitario público veo un crucifijo no es el personaje, más o menos histórico, allí representado y que, efectivamente, forma parte de nuestra tradición. Lo que me molesta es que sobre los terapéuticos y científicos, en esa institución puedan predominar otros criterios, auspiciados por Roma y sus obispos, a la hora de enfrentarme como enfermo a determinadas circunstancias.

Tengo muchos amigos católicos. Católicos de verdad, practicantes, quiero decir, para no entrar en esas recientes disquisiciones del Presidente de la Junta (me gustaría saber qué es eso de católico no practicante). Católicos que llevan una vida acorde con sus creencias. Nadie les va a impedir que la sigan llevando. Y como los conozco sé que a ninguno de ellos, que distinguen entre religión y política, se les ocurriría imponer su punto de vista a los demás exigiendo la presencia de la cruz en lugares en que, por cierto, hasta hace relativamente poco, todos sabemos por quién estaba acompañada.