15 de mayo de 2010

Libertad de expresión, no de injuria

ME RECONOZCO aficionado a los programas de televisión en que se habla de temas de actualidad política. Los hay variados y tanto quien prefiere la demagogia y el griterío como el análisis y la reflexión tiene donde elegir... Con reservas, pues algunos comentaristas parecen tener el don de la ubicuidad y se repiten en dos o tres canales diferentes a la semana. Sorprendente fenómeno para quien hubiera pensado que sobrarían candidatos a tan poco fatigante trabajo.

Algunos de esos debates, como se sabe, discurren en ambiente sereno y las discrepancias se resuelven de manera civilizada, tratándose al espectador como ser pensante; otros, en cambio, se asemejan a jaulas de grillos en las que tuviera más razón quien más gritara; sus moderadores son tendenciosos y sesgados. A veces, más que impedir que el calor del debate o el deseo de ser ingeniosos lleve a algunos a la injuria, parecen regodearse en que ello se produzca.
Claro que, si esta última forma de proceder constituye un uso torticero de la libertad de expresión, ¿qué decir de la reproducción en los televisores de ciertos sms remitidos por los espectadores? Por su desprecio a las normas ortográficas, por su carencia del más básico respeto a las personas, tales mensajes debieran ser proscritos. Ocurre algo parecido en las ediciones digitales de muchos periódicos, repletas de textos anónimos, ofensivos al buen gusto, al castellano y a la mesura. Por eso es una buena noticia que el Consejo Audiovisual de Andalucía haya sancionado a un canal de televisión por difundir un mensaje en el que se amenazaba de muerte a los homosexuales y se incitaba a la violencia contra ellos. Supongo que pronto sucederá algo semejante en la Red.

La libertad de expresión, irrenunciable en una sociedad democrática, no debiera confundirse con la libertad de injuria ni con la gratuita y anónima exaltación de la zafiedad y la violencia.