8 de mayo de 2010

El pacto educativo no fue excepción

PODRÍA estar uno de acuerdo, si no entráramos en detalles, con la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, cuando, para justificar que su organización no haya firmado el Pacto de Estado por la Educación, afirma que “nuestro país no puede mantenerse con el mismo modelo, responsable del 30% de fracaso escolar”.
Podría estar uno de acuerdo, digo, porque el “modelo” educativo vigente ha ignorado con frecuencia la importancia del mérito y el esfuerzo del alumno, como implícitamente reconoció en su día el propio ministro Gabilondo, y ello ha tenido consecuencias. Discutibles criterios pedagógicos, de un progresismo exclusivamente superficial, han sido los principales responsables de la situación. Más ordenadores, más pizarras digitales y más buenas intenciones no suplirán nunca, como demuestra la experiencia, la asunción por parte de la sociedad de que una adecuada formación de los jóvenes es fruto sobre todo de su voluntad de progreso. Más aún si han desaparecido los obstáculos, especialmente los debidos a un origen social poco favorecedor, que podrían impedirla, como ocurría en el pasado.

Pero sucede que también en este asunto el PP utiliza la falacia, para no variar. Porque al enumerar las principales causas del desacuerdo con el plan Gabilondo, el partido de Rajoy habla de que éste “no garantizaba la enseñanza del castellano” (supuestamente amenazado por otras lenguas) o de que no contemplaba la subvención incondicional de todo colegio privado para el que hubiera demanda. ¿De veras tiene esto algo que ver con el fracaso escolar?

No nos engañemos. Todo es palabrería. El acuerdo frustrado, tan anhelado por la sociedad, hubiera sido una excepción en el desolador panorama político español. Un panorama que entre la inoperancia y el desconcierto de unos y la táctica del “cuanto peor, mejor” de otros, está llevando a la ciudadanía a un alejamiento de lo público y a una desafección hacia quienes dicen representarla que hasta hace poco hubiéramos creído imposibles.