17 de abril de 2009

La costumbre no debiera hacer ley

SE PRODUCEN en los medios de comunicación reiteradas apelaciones a la tradición para justificar comportamientos, tanto privados como institucionales, cuya supervivencia debiera ser objeto, en mi opinión, de seria reflexión por parte de quienes los practican. Que una costumbre haya sido transmitida de generación en generación no justifica, creo yo, que haya de ser mantenida tal cual por los siglos de los siglos. ¿O acaso no hay que felicitarse de que ciertas tradiciones desaparecieran tiempo ha del diario acontecer de la humanidad?

El denostado burka, por ejemplo, mostrado hasta la saciedad en la televisión cuando Bush decidió la invasión de Afganistán y tan en uso hoy allí como entonces, es algo tan tradicional en aquel país como digno de erradicación. La lapidación de mujeres adúlteras –¡vaya palabrita!– resulta en determinados lugares del planeta espectáculo tan habitual como execrable. No hablemos de la poligamia, que ciertos jeques de los que pasan largas temporadas en sus mansiones marbellíes y son agasajados por la realeza local practican como lo más natural del mundo porque así lo han hecho desde siempre.

Hace unos días, los extremeños experimentamos una profunda consternación por las tristísimas consecuencias que una atávica celebración, realizada acaso sin las debidas garantías, tuvo en una población cercana a Cáceres, donde un servidor público ejemplar dio su vida por defender la de sus convecinos. Vemos, sorprendidos, el progresivo realce que algunos medios de comunicación dan a espectáculos como la llamada “fiesta nacional”, que muchos consideramos exaltación del maltrato a los animales. E iba a decir que nos escandalizamos, pero ya ni siquiera eso, cuando leemos las peregrinas justificaciones que ciertas autoridades dan para su asistencia, en supuesta y falsa representación de todos los ciudadanos, a actos que, por multitudinarios que sean, por típicos que resulten, no constituyen sino celebraciones más próximas a la superstición y la hechicería que a la racionalidad y a la cordura. Están en su derecho. Pero que no aleguen en su defensa que así se haya hecho toda la vida ni, mucho menos, que al obrar como obran representan a todos los ciudadanos.