10 de octubre de 2007

Escribir para mojarse


DECÍA HACE POCO
cierto articulista que para escribir en lugares como este que, cuando llueve, la gente se moja, no merecía la pena el esfuerzo. Que había que opinar sobre asuntos propicios al debate, la polémica. Y estoy de acuerdo, si me permiten la inmodestia. Se debiera escribir, valga el juego de palabras, para mojarse, para nadar a contracorriente, para provocar discusión y controversia. ¿Va uno, por ejemplo, a mencionar a este o aquel político para deshacerse en loas y alabanzas? Parece innecesario; ya habrá algún escritor de cámara que se encargue de ello. ¿Va uno a felicitar a un alcalde por un parque recién inaugurado, pagado con nuestro dinero, o por una exposición en cuya apertura se puso las botas a base de canapés? Los lectores agradecemos, creo yo, opiniones que se salgan de lo políticamente correcto, de lo trillado. Acogemos gustosos a quienes se arriman al toro. Aunque a veces resulten cogidos. Nos agradan quienes, como dice Juan Goytisolo de manera magistral, prefieran equivocarse por su cuenta a tener razón por consigna.

Pero nadie piense que para seguir esas peligrosas veredas sea preciso opinar sobre asuntos de gran trascendencia. A veces se puede mostrar independencia de criterio hablando de cuestiones cotidianas, domésticas. El otro día, sin ir más lejos, apareció aquí mismo la rotunda opinión de un profesor acerca del lamentable espectáculo ofrecido por numerosos jóvenes que en estado de ebriedad decían celebrar en las calles extremeñas la llegada a la universidad de las nuevas promociones de estudiantes. Lo que algunos habían llamado “desembarco universitario”, él lo tildaba certeramente de manifestación de “absentismo, alcohol, suciedad y todo lo que aleja de una vida universitaria”. Y así es. Como que dos más dos son cuatro. Y está bien que alguien con autoridad lo diga abiertamente. Se expondrá a ser tachado de antiguo, carca y retrógrado. Pero no debiera importarle: siempre habrá quien confunda el culo con las témporas.

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