19 de septiembre de 2006

Regreso a las aulas

LA TEORÍA DE PROBABILIDADES, y sé de lo que hablo, dirá lo que quiera, pero las casualidades son a veces asombrosas. Lo digo porque en toda mi vida me habrán parado dos veces en la calle, al azar, unos jóvenes periodistas para completar con mis respuestas a sus preguntas una de esas encuestas, no del todo rigurosas, que aparecen en los periódicos. La primera vez fue hace un cuarto de siglo, a principios de los ochenta, y lo que me preguntaron los reporteros, armados de un mísero cuadernillo de anillas, fue si sabía quién era un señor llamado Rodríguez Ibarra. Quedaron enormemente sorprendidos cuando les dije que sí y les hablé de él. De un sinnúmero de personas a las que habían interrogado, era yo la primera que respondía afirmativamente. Y justamente hoy, el día anterior a este en el que leen ustedes las presentes líneas, acababa un servidor de levantarse del sillón del dentista, con el que jamás osaré mantener una polémica ni hablar de política, cuando otro par de jóvenes, esta vez provistos de aparatos de grabación y cámaras digitales, me preguntaron de sopetón qué pensaba de la retirada de Ibarra, que acababa de anunciarse.

Supongo que solté algún taco, que para eso están, y con la sinceridad que da la inmediatez, les respondí lo que van a leer ustedes ahora. Les dije, sin más, que me parecía una decisión acertadísima. Para él, lo cual es importante, pero, sobre todo, para los extremeños. He opinado en alguna ocasión que todos, al paso de los años, tendemos a hacer aquello que los demás esperan que hagamos, alejándonos incluso de lo que hubiera sido nuestra forma de proceder genuina y natural. E Ibarra, en este aspecto, se había convertido en una caricatura de sí mismo. Dicho sea, innecesario es aclararlo, con el máximo respeto a su persona y a quien ha contribuido de una admirable manera al progreso de Extremadura. Pero eran ya muchos años de oírle decir lo mismo, de decisiones personalísimas, tomadas sin considerar opiniones que no procedieran de aduladores y cortesanos. De viajes a Segovia y peticiones de indultos. Algunos aspectos de su política me han parecido peligrosísimos, especialmente ese empeño suyo en reafirmar los valores propios a base de ignorar los de los demás. ¿No se puede defender lo de uno sin atacar lo ajeno? Acabo de escuchar al inefable Zaplana en unas viperinas declaraciones en las que, sin citarlos por su nombre, elogia a Ibarra, a Bono... ¿No le resultará eso suficientemente ilustrativo a nuestro hombre?

Pero, en fin, obligado por la rapidez con la que hago estas reflexiones, no puedo terminar sin referirme brevemente al anunciado regreso de Ibarra a las aulas. Y en este punto, como profesor que soy, me olvido de su condición de político y me fijo en su condición de colega y, especialmente, en la necesidad de que cuide al máximo su salud que, de todo corazón, deseo sea estupenda durante muchos años. Y le digo que la mejor prueba de que ha pasado demasiado tiempo en el cargo es que, ingenuamente, crea que en las aulas su equilibrio físico y psíquico no correrá peligro. ¡Cómo se nota que hace décadas que no las pisa!