7 de agosto de 2006

Pitágoras vence a Soraya

LA INSTALACIÓN EN CÁCERES de una importante empresa dedicada a la realización de programas informáticos para uso de bancos y otras instituciones financieras constituye, por diversas razones, una magnífica noticia. Aunque la forma en que se ha hecho pública la novedad no haya sido la que cabría desear en una sociedad avanzada, en la que no debieran producirse actitudes caciquiles, o paternalistas, si no se quiere ser tan crítico, que nos hacen recordar las imperantes en nuestra región durante décadas. Algún convecino, lleno de satisfacción por el acontecimiento, se expresaba el otro día de tal manera — “¿has visto lo que nos ha traído Ibarra?”— que habría hecho sonrojar, de haberlo podido oír, al mismísimo presidente extremeño. Buenos estaríamos si aún hubiera que agradecer a este o aquel personaje que una empresa decida montar sus negocios aquí o allá. ¿Se imagina alguien a, quién sé yo, a un madrileño, por ejemplo, atribuyendo a Esperanza Aguirre el que una multinacional se instale en Alcalá de Henares? Nos queda a los extremeños mucho trecho por recorrer hasta desprendernos de ciertos hábitos que siguen trasmitiéndose de generación en generación como si los tiempos de los Santos inocentes no hubieran ya pasado.

Pero, volviendo a lo principal, hay que congratularse de que una empresa de la importancia de la que estamos hablando venga a Cáceres. En primer lugar, como ya se ha reconocido por diversos representantes políticos, por lo que para una ciudad de las características de la nuestra representará que medio millar largo de jóvenes técnicos y científicos se instalen en ella. No se trata ya de los aspectos económicos del asunto, nada desdeñables aunque quizás no todos ellos beneficiosos (se me ocurre ahora, por ejemplo, que habrá un rápido encarecimiento de la vivienda), sino de los aspectos sociales, culturales. Que tal cantidad de jóvenes, de mentalidad abierta, nacidos a finales del siglo XX, se queden o vengan a vivir a una ciudad tan vetusta como Cáceres, en la que los mayores acontecimientos anuales pueden consistir en la procesión de la patrona o en la apertura de una pista de verano, representará una bocanada de aire fresco – perdón por el tópico— del que tan faltos estamos. Con el tiempo incluso alguno de ellos podría llegar a alcalde... Esto último es una broma, desde luego, pero, hablando en serio, nadie pondrá en duda que se trata de un hecho que rejuvenecerá a nuestra ciudad.

Hay otro aspecto de la noticia que quizás haya pasado desapercibido y que a este servidor que suscribe, profesor de matemáticas al fin, le merece también alguna reflexión. Es el que afecta a la cualificación profesional de los más de 500 jóvenes que serán contratados por la conocida empresa informática. Vivimos los tiempos de lo light, ya se sabe. En colegios e institutos las materias tradicionalmente consideradas como necesitadas de un mayor esfuerzo van cediendo el paso a entelequias de importancia inversamente proporcional a la longitud de los pomposos nombres con las que se designan. Las actividades transversales, los objetivos actitudinales y otras zarandajas de ese tipo van copando poco a poco los horarios escolares. Y entre los chicos cunde la sensación de que no merece la pena el esfuerzo ni el sacrificio. Que, total, van a terminar saliendo adelante de todos modos. Y desde ese punto de vista la noticia que comentamos es un auténtico bombazo. Porque, digámoslo claramente, estos señores que montan aquí su negocio no vienen a contratar mano de obra sin cualificar, o gente que con las cuatro reglas vaya tirando. Viene a contratar informáticos, físicos, matemáticos... Cuando las facultades que se dedican al estudio de estas ciencias están viéndose despobladas en los últimos años, cuando el criterio imperante en muchos centros académicos parece ser el de no hagas hoy lo que puedas hacer mañana, el que, de golpe y porrazo, medio millar de jóvenes científicos digan aquí estamos, por nuestros propios méritos, constituye una noticia de primer orden. Y para quienes nos dedicamos no sin cierto esfuerzo, dado el ambiente reinante, a la tarea de explicar ciencias duras, de las que parecían estar de capa caída, hechos como el que motiva estas líneas suponen un resistente bastón en el que apoyarnos durante los próximos cursos académicos. Por una vez –toquemos madera– Pitágoras ha vencido a Soraya.