6 de mayo de 2006

Tuteos improcedentes

Entre mis muchas ignorancias hay una de la que me lamento especialmente: la que me impide conocer los fundamentos del lenguaje, los misterios de esa característica que a los humanos nos diferencia de otros seres vivos. No concibo la posibilidad de pensamiento sin el uso de la palabra, y creo firmemente que nuestro habla, el decir de cada cual, es fiel reflejo de lo que somos y de cómo pensamos. Tengo un lema de Víctor Hugo en mi mesa de trabajo: “Lo que bien se concibe, bien se expresa, con palabras que surgen con presteza”. De modo que el lector comprensivo entenderá que para personas como este atrevido comentarista, leer las páginas de los periódicos o escuchar ciertas informaciones radiofónicas o televisivas se constituya con frecuencia en una verdadera sesión de tortura.

Hay un fenómeno en el lenguaje de nuestro tiempo del que ya han hablado voces mucho más autorizadas que la mía y que, en principio, no me disgusta: el del tuteo. Los profesores, por otra parte, lo conocemos desde hace mucho tiempo. El que un alumno se dirija a un profesor de usted es algo cada vez más raro; lo que, sinceramente, en tanto supusiera que entre discentes y docentes se ha establecido una relación más afectuosa y cercana que la de hace décadas, no me parecería mal. Y, además, tampoco es uno una persona engreída que vaya apartando por la calle con un bastón a quienes se aproximen a menos de tres metros a su persona. La sociedad es cada vez más igualitaria, y el que se rompan barreras innecesarias entre quienes la integran puede ser un saludable síntoma de cercanía y progreso.

Claro que, como digo, me gustaría conocer algo más a fondo los mecanismos del lenguaje. Porque si uno va a Francia, por ejemplo, o a Portugal, observa que allí la gente no se trata de entrada con la familiaridad con la que lo hace aquí. Y no creo que por ello en esos países las relaciones sociales se desarrollen en peores condiciones que entre nosotros o que existan barreras que aquí no hay. Es inimaginable que en un hospital francés, por ejemplo, un imberbe auxiliar de enfermería se dirija a un paciente anciano como se dirigiría a él en España: tuteándole como si le conociera de toda la vida y no golpeándole en la espalda, mientras le soltara un “¿qué pasa, tronco?” porque el pobrecito anciano probablemente daría con sus huesos en el suelo, no por otra razón. ¿Qué harán en esos países los expertos publicitarios? Porque, creo yo, muchos de los vicios, o digamos los cambios, si no queremos ser tan radicales, de nuestra forma de hablar tienen su origen en los gabinetes de las grandes agencias de publicidad. Debe tratarse, probablemente, de que cuanta mayor sea la familiaridad con la que traten al consumidor, cuanto más cercana le parezca a éste la voz engatusadora, mayor será la tentación que sienta por seguir los interesados consejos de su amigo. Dese el lector un paseo por las animadas galerías de cualquier centro comercial y aunque peine canas y haya de apoyarse en una cayada, olvídese de la posibilidad de que los locutores cuya voz insinuante oirá por los altavoces le traten con el respeto propio de su condición.

Para no aburrirles más mencionaré un último caso que me parece ya el colmo del refinamiento y de la falta de consideración. Porque todos sabemos que sin nuestros impuestos el Estado no sobreviviría. No tendríamos hospitales, escuelas ni autovías (bueno, esto último seguimos sin tenerlo por esta tierra, pero tengamos fe). Y como sabemos que hemos de pagar tales tributos, pues hacemos de tripas corazón y nos retratamos cuando toca hacerlo. Pero claro, aunque lejos de mí la idea de comparar a un recaudador de impuestos con un ladrón, si yo fuera por la calle y me asaltara un navajero pidiéndome todo lo que lleve encima, no me iría a poner a recriminarle que me tuteara sin mi permiso. Pero cuando accedo a la página web de la Agencia Tributaria y compruebo que los señores del fisco se dirigen a quienes la visitan en términos como: "accede directamente" o "contacta con nosotros", lo mínimo que me digo es: “pagaré sí, qué remedio, pero ¿no podrían estos señores tratarme con poco más de consideración?”